jueves, 22 de octubre de 2015







Recuerdos de Funes, el memorioso


No, no puedo decir que lo recuerdo. Tampoco yo puedo, al igual que Borges, "pronunciar ese verbo sagrado", pues estoy hablando de Funes, el memorioso. 
Vivió en Fray Bentos, en la Banda Oriental del Uruguay allá por mil ochocientas ochenta y tantos, donde trenzaba  tientos.  
Hombre pequeño, cetrino, tenía la voz pausada y nasal de los orilleros. Muchos lo conocieron y, me aseguran,  que no pocos escribieron sobre él algunas línea sobre pel. Entre ellos, don Pedro Leandro Ipuche, quien en su Treinta y Tres natal, en el este uruguayo, aseguró que Funes le parecía  "Un Zarathustra cimarrón y vernáculo". 
Pero lo cierto es que aquel hombre agobiado y manso que vestía bombachas y alpargatas y en sus labios finos llevaba colgado un cigarro, era hijo de una planchadora de pueblo, de doña María Clementina Funes. Decían que su padre había sido domador en Salto, Uruguay; y otros decían que no, que era un médico del saladero, apellidado O'Connor. Nunca se aclaró bien este asunto. 

* 

Funes vivía en un ranchito muy prolijo. Le gustaba pasarse las tardes en penumbra, en la última pieza de un corredor de baldosas. Allí se sucedían las horas muertas mientras trenzaba;  y otras veces no hacía nada, tendido en el catre. Miraba el techo y fumaba y repetía frases en latín, en inglés, en francés, en portugués.   
Como fuera, lo que más nos importa de este hombrecito es otra cosa. 
Funes había inventado un disparate: un sistema original de numeración que llegaba hasta el veinticuatro mil. No lo había escrito porque bastaba que lo pensara una sola vez para que no se borrara más de su asombrosa memoria. Pero su sistema de numeración era, digámoslo desde ya,  impracticable,  demencial. En lugar de siete mil, decía "Máximo Pérez"; en lugar de siete mil catorce, "El Ferrocarril"; y en lugar de quinientos decía "nueve".  
Gracias a su casi aterradora memoria se hizo célebre; Borges la difundió por el mundo y en varias lenguas. 
Yo recuerdo (¿pudo usar  sin rubor esta palabra?) que el poeta italiano Eugenio Montale decía que el oficio de la memoria, era olvidar. Pero eso nunca le ocurrió a Funes, bien llamado el memorioso.  
Vivía en un mundo "abigarrado", como decía Borges, y  era demasiato torpe como para de alejarse de él. 
Funes era capaz de recordar cada hoja de cada árbol de cada monte, capaz de recordar la estela que dibujó el agua al levantarse cuando se hundió un remo. Y reconstruir un día, le insumía un día entero.  
Murió muy joven, de congestión pulmonar, en el año 1889. 
Nunca fue más allá de los suburbios de Fray Bentos.  
Tampoco del laberinto de sus recuerdos.