martes, 15 de diciembre de 2015

Enrique Beltrán, espíritu que sopla


Se cumplen hoy dos años del adiós a todos del Dr. Enrique Beltrán.  A los 95 años levantó el vuelo. Fue hijo de uno de los fundadores de “El País”, periodista y director de este diario, legislador, poeta y amigo entrañable de sus incontables amigos.
Quiero recordarlo, hoy, a través de las páginas de su libro “Desde el recodo” (Ediciones de la Plaza), porque sus artículos sobre un abanico de intereses, son un espejo de su personalidad.
Sus escritos  tratan  de la libertad y la democracia. Y don Enrique  sabía muy bien aquellas palabras que pronunció  André Malraux (al que conoció), señalando que el honor de un hombre consiste en “reducir la parte de comedia”.
El paso del tiempo le dio a don Enrique, sabiduría, gravedad y hondura. Abogado, cuatro veces legislador del Partido Nacional, viceministro de Instrucción Pública y Previsión Social,  fue proscrito cuando el golpe de estado de 1973. Periodista desde siempre, primero como crítico teatral, hizo después de sus columnas todo un género literario.
Cuando en 1984 se abría el camino hacia las urnas en nuestro país, don Enrique evocó evanescentes instantes con su padre: “una borrosa imagen de perfil, con una rodilla en tierra, mientras movía ante mis ojos, un pequeño caballo sobre ruedas. Nunca sabré por qué, en el largo torrente, ha quedado flotando ese único recuerdo”. Sabía que aquel joven de poco más de treinta años, cuya elocuencia seducía en el ámbito político, un Viernes Santo marchó hacia su destino con sencillez. Se batió a duelo con el Dr. Batlle y Ordóñez. Y murió en el campo del honor. En esa evocación, don Enrique descubrió “de qué manera aquella vieja y lejana lucha de un ayer que para muchos será remoto, vuelve a tener la admirable actualidad de una verdad siempre permanente”.
No olvidó a los muertos de Tiannamen, ni la caída del Muro de Berlín. Y del Papa Juan Pablo II, escribió: “Me ha vuelto a conmover esa figura vestida de blanco, cargada de años, de sufrimientos callados, mensajero incansable de la paz, a pesar de todos sus cansancios, revelando una vez más, la formidable fuerza del espíritu imponiéndose a un físico debilitado y a veces claudicante, al que no deja rendir pese a la dura y larga marcha”. Y, visionario como era, alertó en 1999 sobre los riesgos de aportar por Chávez en Venezuela.
Así, entre la muerte de su padre y el asesinato de un demócrata español por la ETA, con la que cierra sus páginas,  “Desde el recodo” lo pinta de cuerpo entero, recorriendo un tiempo sin olvidos ni fugas, y analizando la época que vivió con intensidad.
Siempre he pensado que a la pluma de don Enrique la guiaba el mismo impulso que a la de Frédéric Bastiat, quien dijo estas palabras:  “…la Libertad que es un acto de fe en Dios y en su obra".

Siento, como todos sus amigos, de varias generaciones,  que don Enrique Beltrán fue un hombre claro, luminoso y sensible. Por eso, a pesar de su ausencia, podemos recordar en sus páginas,  su  espíritu, ese que sopla aún y todavía.