lunes, 4 de enero de 2016

En Pamplona buscando a Hemingway



Estaba en Pamplona, capital de Navarra, tras los pasos de Hemingway, situado en la Plaza del Castillo, donde todo sucedía en los Sanfermines de aquellos tiempos, cuando al anochecer estallaban los fuegos artificiales, se exhibía cine mudo, sonaba la música y todo el mundo bailaba.            
Esto fue lo que precisamente atrajo a Hemingway, en julio de 1923, cuando hizo su primera visita a Pamplona, con su esposa Hadley, aconsejado por Gertrude Stein. Desde entonces, los Sanfermines se convirtieron en una cita ineludible a lo largo de los años y en tema de varios de sus libros.
Hemingway llegó a ver Sanfermines parecidos a los de hoy. Escuchó el disparo del Chupinazo a las doce del mediodía del 6 de julio, costumbre de 1941, y al día siguiente vio corriendo a los muchachos con los colores blanco y rojo, siguiendo el encierro, el apartado y las corridas de toros.
En el número 26 de la Plaza del Castillo, en la librería de “Gómez S.A.”, ubicada allí desde 1941, compré una nueva  edición de “Muerte en la tarde”. Está en la carátula el joven Hemingway, con su esposa Pauline, en la plaza de toros. Esta edición es la primera que se ha editado en castellano semejante a la que dio a conocer en 1932, con fotografías de las corridas, un glosario de términos y la constancia de haber utilizado 2.077 documentos. Tiene el apéndice que Hemingway escribió en 1959, evocando bosques, pueblos, y la entraña de Navarra. Así, en ese epílogo a “Muerte en la tarde”, Hemingway escribe, con emoción: “... Si pudiera traer ante nuestra vista las nubes que llegan rápidas moviendo sus sombras sobre los trigos y los pequeños caballos que caminan cautelosos y las alpargatas con suela de cáñamo y las ristras de ajos en los jardines y los cántaros de barro y las alforjas que se llevan sobre las espaldas y los odres de vino y las horquillas hechas de ramas de árboles en las que los dientes son las mismas ramas y los senderos matinales y las noches frías en la montaña y los días ardientes de verano y los árboles... y la sombra de los árboles... Sabrían un poco lo que es Navarra”.
            Todo eso guardaba en su corazón, como también a Pamplona, de la que, en esa suerte de adiós, dice en esas páginas: “Pamplona ha cambiado, desde luego, aunque no tanto como nosotros mismos que cada día somos más viejos. Yo creía que beber un trago sería siempre lo mismo pero las cosas cambian y ¡qué se le va a hacer! Todo ha cambiado para mí.  Bueno, dejad que cambie. Nos habremos ido antes de que cambie demasiado...”.
            Y así como este libro del toreo lo contiene de cuerpo entero, también está en las calles, en la glorieta, en su estatua de bronce acodado al mostrador del Café Iruña, en la mesita donde escribía y en la habitación 237 del Hotel La Perla.

             Sí, en Pamplona, donde fue feliz, sentimos que Hemingway no acabó de irse nunca de allí.