sábado, 23 de diciembre de 2017

La mejor de las noches



 Es la Nochebuena, que por algo se llama así, y mañana es Navidad.
 Resuenan, ya, villancicos en el aire, y lo hacen con sus canciones sencillas y poéticas, esas que se cantan desde siempre, desde los “días azules” como los llamaba Antonio Machado, que y dicen cosas así: "En el portal de Belén hacen lumbre los pastores/ para calentar al Niño que ha nacido entre las flores...". O bien, aquél, cuyas palabras fluyen, repicantes van cantando así:  "La Virgen se está peinando entre cortina y cortina/ los cabellos son de oro y el peine de plata fina./ La Virgen está lavando y tendiendo en el romero/ los angelitos cantando y el romero floreciendo./ La Virgen está lavando con un poquito jabón/ se le picaron las manos, manos de mi corazón..."
                  Pensamos en algunas flaquezas y en alegrías verdaderas y, en fin, pensamos que somos la hierba más débil y la criatura más fuerte.
              Pero llega la Nochebuena y nos vamos preparando para recibirla, con el alma reluciente y con nuestra mejor sonrisa. Mirando hacia nosotros y sobre todo hacia los otros, dispuestos a peinar nuevos sueños y esperanzas. Y es así que besamos mejillas queridas para recibir una ofrenda semejante.
             En la cena de la Nochebuena festejamos el nacimiento del Niño de Belén. Infinito, para compartir con todos. He ahí su simbolismo. Todo nacimiento es motivo de alegría, porque da cabida a la vida y a su hermana gemela, la esperanza. Es una alegría que tiene conciencia de su milagro, y reaviva el milagro de vivir.
La Nochebuena nos atañe a todos, porque Dios no puso límites. Esta certeza es esencial. Esta certidumbre es la que nos permite mirar hacia adentro, procurando encontrar un huequito de luz, para retemplar el corazón, nos ilumina para permitirnos mirar a lo lejos y más alto.
               Por cosas como ésta,  comamos y bebamos en paz con los nuestros, y levantemos con alegría una copa para que podamos escuchar  al  ruiseñor anunciando el nacimiento en el preciso momento en por el cielo cruza esa "estrella que se ha perdido y en su rostro resplandece".
               No olvidemos que en la primera Nochebuena los ángeles desearon la paz a los hombres de buena voluntad. Vamos a desearla, también nosotros, en ésta, la mejor de cuantas noches han sido.
                ¡Feliz Navidad!

sábado, 16 de diciembre de 2017

Un mundo lejano y pastoril


Este artículo se publicó en la revista española
LasdosCastillas.net y quien desee leerlo allí
puede hacerlo con un clic aquí.

 William Henry Hudson fue uno de los escritores que captó con mayor fidelidad el alma de nuestras tierras.
            Le gustaba decir que “emprendió muchas veces el estudio de la metafísica, pero que siempre lo interrumpió la felicidad”. Borges consideraba esta frase de Hudson como “una de las más hermosas del mundo”.
  A Hudson, autor de una vasta obra, debemos la hermosa novela ambientada en el Uruguay, “La tierra purpúrea” (de 1885), escrita en inglés, y que tuvo lectores tan famosos como el coronel Lawrence de Arabia (quien durante su famosa campaña del desierto llevó con él un ejemplar dedicado por el autor, que leyó doce veces); como Theodoro Roosevelt; y como Miguel de Unamuno, quien dijo: “Hudson vivió y sintió lo que un hijo de la Banda Oriental, nacido y criado en ella, no había visto ni sentido… Sacó el alma de esos lugares encerrada en sus mujeres, para dárnosla en este libro”. Borges fue quizá el más rotundo: “es de los pocos libros felices que hay en la tierra”.     
Los abuelos de Hudson eran ingleses; sus padres, americanos, se casaron en Boston y en 1833 emigraron a la Argentina. Se instalaron en “Los Veinticinco ombúes”, donde criaron ganado vacuno y lanar. Y allí nació, en 1841,  William Henry Hudson.  Se enamoró del paisaje y lo recorrió sin parar. Le gustaba cabalgar, observar los pájaros. Exploró el mundo pampeano soñando con el campo inglés. Muy joven visitó el Uruguay, al que guardó en su corazón hasta 1885 cuando, viviendo en Inglaterra, lo describió en “La tierra purpúrea”.
            Hudson se marchó a Londres en 1874, y no retornó, salvo con la pluma, en varios libros. Y allí dijo adiós a todos, en 1922, a los 81 años. En su lápida, que es justa, se lee: “Amó los pájaros y los lugares verdes y el viento en el brezal y vio el resplandor de la aureola de Dios”.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Borges y el humor


Se publicó también en la revista española LasdosCastillas.net
y quien desee leerlo allí puede hacerlo con un clic aquí.

        Borges era un humorista que empezaba por no tomarse en serio a sí mismo. Y hoy quisiera evocar esa faceta singular de Borges, el erudito ciego dedicado a escribir cuentos para la posteridad. El suyo era un humor juguetón, vivaz, muy agudo.

            Veamos. Una atenta señora lo detiene emocionada en el medio de la calle,  le toma de las manos y dice: “¿Pero, usted es Borges, verdad?”. Y el maestro le responde: “Sí. Pero si seguimos aquí corro el riesgo de dejar de serlo en cualquier momento”.

            Borges sale acompañado por un amigo de un restaurante, en la calle Corrientes. Desde un camión un grupo de hinchas de Boca Juniors le grita: “¡Borges, sos más grande que Maradona!”. Borges susurra al oído de su amigo: “Bueno, eso estaría bien que lo gritaran en Estocolmo, a ver si influyen un poco en los académicos suecos”.

            Roberto Alifano, quien fuera durante diez años secretario de Borges, escribió un libro seductor titulado, precisamente, “El humor de Borges”. Y en él, recoge incontables humoradas del maestro. Y comenta: “Borges se divertía mucho consigo mismo. Esa difícil coincidencia de ceguera e inteligencia lo aisló de maravilla”.

            Tras una conferencia, mientras los invitados le esperan en el salón para almorzar, y como Borges demora demasiado lavándose las manos, Alifano va por él. Ingresa al baño y, mirándolo ante un grifo que gotea despacio, le pregunta: “¿Qué pasa, Borges, no sale agua?”. Y Borges le responde:  “Sí; pero con escrúpulos”.

            Otra. Borges camina por el centro de Buenos Aires y una persona y al cruzarse con él lo increpa, diciéndole: “¡Usted un bluff!”Borges se detiene en la acera y, apoyado en su bastón, le dice: “Estoy de acuerdo, señor; pero un bluff  involuntario”.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Don Isidro Parodi, detective


Borges y Bioy Casares

Este artículo se publicó también en la revista
española LasdosCastillas.net y quienes deseen
leerlo allí pueden hacerlo con un clic aquí.

           ¿Isidro Parodi? Quizá sea el investigador más singular de la literatura. Es una creación a cuatro manos de dos jóvenes escritores argentinos: Borges y Bioy Casares. Por cierto, lejos estaban entonces de soñar con el Premio Cervantes (que entonces no existía), que ambos recibieron muchos años después.
            Escribieron en 1941, apelando al seudónimo de H. Bustos Domecq, “Seis problemas para don Isidro Parodi”, un clásico de las letras en nuestra lengua, con  numerosas ediciones y traducciones.  Luego protagonizó otro libro.
Don Isidro Parodi estaba preso. Era el penado de la celda 273.  Recluido por un crimen que no había cometido, había sido sentenciado a veintiún años, por un juez.
Cuarentón y obeso, tenía la cabeza rapada. Era peluquero de profesión, y un lector entusiasta de las andanzas del indio “Patoruzú”. Por las mañanas se afeitaba silbando el tango “Naipe Marcado”, y luego un guardiacivil lo acompañaba hasta su celda.
En ella, don Isidro Parodi recibía a sus visitantes. El subcomisario,  buen amigo suyo, lo miraba mientras los clientes le planteaban casos muy curiosos y complejos. Isidro Parodi los escuchaba mirando las volutas de humo de los habanos que los clientes le obsequiaban. Luego los descifraba.
Así, este “pequisante estático”, descendiente de los sabuesos de la estirpe de Augusto Dupin (que debe su fama a la captura de aquel simio que hizo estragos en la calle Morgue), transitaba, como buen viajero inmóvil, por los meandros de las mentes ajenas, mientras daba vueltas en su pequeña celda.
Iba  y venía por los ajenos senderos que se bifurcan,  sin salir de allí, y, al final, una lucecita terminaba iluminando el conjunto. Y así hallaba luego al culpable del caso policial que tenía entre sus manos.
Este singular detective, ajeno al paso del tiempo, sigue siendo visitado por los lectores

viernes, 24 de noviembre de 2017

Un diálogo con Sergio Ramírez,
nuevo Premio Cervantes


Dedicatoria de Sergio Ramírez en uno de sus libros

Este diálogo se ha publicado en la revista española Lasdoscastillas.net
Quien desee leerlo, puede hacerlo haciendo clic aquí.

       Sergio Ramírez acaba de recibir el Premio Cervantes.  El escritor nicaragüense (primer autor centroamericano que recibe este galardón),  nacido en 1942,  fue político sandinista,  se alejó luego de ellos, fundó su propio partido, se convirtió en un liberal, y, retirado de la política, se dedicó por entero a la literatura. Ha escrito una  vasta y seductora obra literaria, que ha merecido ahora el máximo galardón de las letras en nuestra lengua.
               
       Entre sus títulos más difundidos de novelas y cuentos están “Tiempo de fulgor”, “Castigo divino”, “Clave de sol”, “Un baile de máscaras”,  “Margarita, está linda la mar”, “Flores oscuras” y “Sara”.
               
            Hemos dialogado en varias oportunidades y, en uno de esos diálogos le he preguntado si sus novelas están ambientadas en una suerte de Santa María onettiana o en un Macondo de García Márquez, y me responde que no.
               
               Y dice:
               --Son historias que efectivamente ocurrieron en León; yo no he inventado un territorio para ellas, ni tampoco a los personajes.  Mi novela Tiempo de fulgor (1970), la primera que yo escribí, ocurre en León pero en ella los elementos son ficticios. Pero la verdad es que, de León, yo tengo una visión onírica, un permanente recuerdo. Lo tengo desde que bajé allí de un ómnibus, un mediodía de abril de 1959, junto con mi padre, que me acompañaba para matricularme en la Escuela de Derecho. Desde entonces, tengo la sensación de que estoy viendo una foto fija de aquel mundo. Son las mismas calles de Rubén Darío, las mismas a las que llegó Somoza para ser proclamado candidato presidencial, las de la masacre de estudiantes, donde yo estaba, el 23 de julio de 1959. Y es el lugar donde yo aterricé, la noche del 17 de julio de 1979, como miembro de la nueva Junta de Gobierno, con doña Violeta Chamorro. Allí fue proclamado el primer gobierno de la revolución. León fue capital del primer gobierno de la revolución.
       --Rubén Darío es un eje de tu hermosa novela “Margarita, está linda la mar”,  tanto que un verso suyo le da su título y bien, ¿qué puedes decirnos de ese Darío que bajado de la estatua?
            --A mí siempre me llamó mucho la atención encontrarme con dos cosas. En Managua, con una estatua de Rubén Darío vestido de peplo griego; está en el Parque Central de Managua, con una lira en la mano. Es una visión muy romántica, la estatua es de los años veinte. Detrás, hay un ángel con unas alas abiertas y le está poniendo una corona de lauros en la cabeza y alrededor hay ninfas y faunos. Esta visión siempre me atrajo. Fue así como lo vistieron cuando él murió: el cadáver fue vestido de peplo griego. Y al otro día lo vistieron con uniforme entorchado. Era como si el país no encontrara qué hacer, realmente, con Darío vivo y con Darío muerto. Esas cosas me fascinaron. Y por otra parte, todo llegó a alturas increíbles...
            --¿A qué hechos re refieres? ¿Puedes contarnos alguno de ellos?
            --A su amigo íntimo, a su médico y amigo, se le ocurre que, ya muerto Darío, había que sacarle el cerebro y pesarlo y medirlo, para ver si era más grande que el de Victor Hugo o el de Stendhal y otros grandes escritores. Otro, su cuñado, se lo quiere robar, para venderlo a un supuesto museo de Buenos Aires. Todo este drama en torno a la figura de Darío, que está en los hechos de la historia, me rondaba como un cúmulo de historias novelables, a las que tenía que recurrir.
            --De todos modos, tardaste años en escribir este libro.
           --Sí; no sabía cómo resolverlo, técnicamente. Tenía algunas piezas, algunos personajes y, por otro lado, tenía la historia del complot para matar a Somoza, pero no sabía cómo iba a mezclar todo eso. No lo sabía cuando comencé a escribir "Castigo divino". Y después escribí otra novela, que se llama "Un baile de máscaras".
             --¿Tus libros aspiran a ser la memoria del pueblo nicaragüense?
         --Me gustaría que mi memoria sea interpretada como la memoria popular. Pero yo no quiero escribir la historia, ni interpretar la historia. Yo aspiro a una memoria, la memoria confidencial de la historia de Nicaragua, lo que está por debajo de la historia. 

domingo, 12 de noviembre de 2017

Saint Exupery voló a su leyenda



Hace 74 años se publicó la primera edición de “El principito, el libro más difundido después de la Biblia y el Corán. El autor lo dio a conocer en Nueva York, en inglés, y ha vendido más de 145 millones de ejemplares, traducido a 230 lenguas y dialectos.
¿Y su creador? Voló a su leyenda el 31 de julio de 1944. Ese día, Antoine de Saint Exupéry,  quien había participado en diversas misiones en aviones, en la Segunda Guerra Mundial, debía sobrevolar en un avión adaptado para tomar fotografías aéreas, el sur de Francia, ocupada por tropas alemanas, para preparar el desembarco aliado. 
A las 8.45 levantó el vuelo desde Córcega; a las 10.30 ya había desaparecido de los radares de la Resistencia en el Mediterráneo. Su avión (Lightning P38) comenzaba a mezclarse en el espacio con su personaje más entrañable:  “le petit prince”.
Y no regresó nunca. En un memorable artículo necrológico, Henry Bordeaux, despidiéndolo, dijo que aquel vuelo fue: “una muerte ascendente, un verdadero despegue”.
En el número 8 de la calle Alphonse Fochier, en Lyon, hay una placa oval que informa: “Aquí nació Antoine de Saint Exupéry, el 29 de junio de 1900”. Sus padres fueron el conde Jean de Saint Exupéry y Marie Boyer de Fonscolombe. Antoine quedó huérfano de padre a los cuatro años. Cursó estudios en la Escuela Naval, pero no los terminó; hizo el servicio militar en la aviación, obteniendo el título de piloto aviador.
Ingresó en la Compañía Latécoère (que más tarde sería “Air France”) y, posteriormente, fue destinado a Cabo Juby. Designado en Buenos Aires director de la compañía “Aeroporta Argentina”, estableció la comunicación aérea entre Buenos Aires y la Patagonia.  Luego, como piloto de pruebas, llevó a cabo raids aéreos como el París/Saigón y el de Nueva York/Tierra del Fuego.
Saint Exupery escribió su primer libro, “Correo del sur”, en 1929. Y la fama le llegó en 1931 con la novela “Vuelo nocturno”, prologada por André Gide, ganadora del Premio Femina. Ese mismo año se casó con Consuelo Suncín Sandoval, una mujer viuda, de famosa belleza, quien había estado casada con el notorio periodista Enrique Gómez Carrillo. Ella heredó propiedades en París, Niza y en la Argentina, donde se conocieron.
              Y en cuanto a “El principito”, como bien lo saben mis lectores, no es olvidado nunca por quien recorrió sus páginas. Y sigue siendo así. Tal vez  exista una explicación para estos recuerdos que vuelven a nosotros cuando, con el libro en las manos, sentimos una mano niña en nuestro corazón. Acaso entonces pensamos, como “El principito”, que: "las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones". 

lunes, 23 de octubre de 2017



El eco de los sueños


Ruben Loza Aguerrebere y Raúl Guerra Garrido

  
      La fama del escritor Raúl Guerra Garrido es una de las más sólidas de las letras modernas. Su amplia y tan rica obra literaria, ha merecido numerosos premios, como el Nadal, el Premio de  las  Letras de Castilla y León, el Premio de la Crítica, el Fernando Quiñones, el León Felipe y, en fin, el Premio Nacional de Literatura.
Entre sus laureados libros cabe recordar “Lectura insólita de El Capital”, “La carta”, “El otoño siempre hiere” y “El que sueña novela”. Y La Gran Vía es New York”, “Tantos inocentes” y “La estrategia del outsider”.
Ahora ha dado a conocer “Tertulia de rebotica” (Alianza Editorial), una obra vasta y variadísima. Más de cuatrocientos artículos publicados en la revista “El Farmacéutico”,  donde se dan la mano el hombre de ciencia y el de letras.
            Un escritor es original o no es un escritor. Raúl  Guerra Garrido lo es, de un modo simple y profundo. Moja la pluma en el mundo que habita y habla sobre lo que somos. Nada le es ajeno, y  nos habla de un variadísimo universo. Por ejemplo, de su entusiasmo por las novelas, las de Saul Bellow, Camilo José Cela y Miguel Delibes, pero también las de Primo Levy, Juan Rulfo, García Márquez, Saramago,  Gunter Grass y Vargas Llosa, sin olvidarse de no pocos poetas de ayer y de hoy.  También recuerda las calles más variadas del mundo ancho y ajeno que bien conoce  (“me reafirmo en que, a pesar de sus perturbaciones, la del Sur es la América que amo”), así como, por ejemplo, escribe sobre  la importancia del cine  (“sin el cine nuestra vida habría sido mucho más pobre y nuestro primer amor muy diferente”),  y más. Del fútbol, por ejemplo. Y de Bob Dylan y Woody Allen y las piernas de Julia Roberts. Y mucho más. Como su primera nieta no bien llegó al mundo. Y sigue y no se detiene. Tanto es así, que hasta yo mismo me encontré mencionado en la página 80.
            Y bien, en este delicioso libro donde “las apariencias desengañan”,  coinciden imagen e imaginación, y entonces, señala: “navegamos no porque existan olas o la mar nos parezca infinita sino porque queremos llegar al horizonte, límite más que discutible”.
            Con su seductora prosa repleta de ideas atrapa al lector gracias a estas páginas que lo ratifican, lisa y llanamente, como un auténtico escritor de raza. 

martes, 17 de octubre de 2017

“Shakespeare and Company”

                        

Ruben Loza Aguerrebere en
“Shakespeare and Company”

     
       "Shakespeare and Company", un templo literario, está en el 37 de la rue de la Bucherie.
       Cabe recordar que, a la librería con este nombre, la fundó Silvia Beach en 1919. Fue su ángel tutelar. En su tiempo, los libros para la sección de préstamos, los recibía de las surtidas tiendas de libros ingleses de segunda mano de París.  Y otros volúmenes llegaban desde los Estados Unidos y, también, en baúles de textos de poesía, desde Londres. Cada socio de "Shakespeare and Company" tenía, en aquellos tiempos, su carnet, y podía elegir uno o dos libros y llevarlos durante quince días. Uno de los primeros abonados fue André Gide. Luego llegaron los famosos integrantes de la llamada (por Gertrude Stein) "generación perdida", con Hemingway y Scott Fiztgerald a la cabeza.
            Un capítulo especial merece James Joyce, un dios en esta librería. Su novela "Ulises" fue editada, mediante suscripción, por "Shakespeare and Company". Allí se hizo la primera lectura el 7 de diciembre de 1921.
            "Shakespeare and Company", con sus miles de libros antiguos, sus fotografías colgadas a las paredes, sus mesas interiores en el piso desparejo y las de ofertas en vereda, sigue ofreciendo hoy un mundo infinito de la mano de David Delanet.
            En una reciente recorrida por la caótica y deliciosa librería cargada de historia, donde el cliente es atendido en inglés (seguramente en homenaje a la antigua fundadora Silvia Beach), salvo que prefiera hablar en francés, se advierte que las últimas novedades no están. No se trata de eso. Sí se podemos hallar las más inesperadas ediciones de libros, incluso aquellos que ciertamente no buscábamos en ese momento. Los libros allí comprados llevarán, todos, estampado el sello de la librería. 
             Sí, un mundo de maravillas.

domingo, 8 de octubre de 2017

Preguntas a Adolfo Bioy Casares


Este artículo se publicó en la revista española Las dos Castillas.net y quien desee leerlo puede hacerlo haciendo clic aquí.


Conocí a Adolfo Bioy Casares y conversamos en varias oportunidades. En su Buenos aires y en mi Montevideo. Una vez le hicieron un homenaje, por el Premio Cervantes, y viajó a Montevideo, y en el almuerzo me sentaron junto a él. Recuerdo que se quitó un sweter porque los demás estaban muy elegantes y como no sabía qué hacer con él, me lo dio. Lo dejé en el respaldo de mi silla. Al despedirse, tras ese almuerzo y unos discursos, se marchó. De pronto vi el sweter y lo llamé y se lo alcancé. Tiempo después, con este detalle, y Bioy de protagonista secundario, escribí un cuento que no leyó.
Pero, hablando de la escritura y sus secretos en literatura, transcribo algunas de mis preguntas y sus respuestas.
Le pregunté cómo se debía escribir y me contestó:
--Me parece que se debe escribir con palabras sencillas, que el lector no diga qué inteligente que es este autor, qué culto. No, eso no. Lo bueno es que lea el libro sin notarlo, que lo haga naturalmente y que entienda lo que uno dijo y nada más.
--¿Y qué es un escritor?
--Un escritor es una especie de remendón que hace todo el trabajo. Haciéndolo mal, primero, y matándose para hacer bien, después. Corrigiendo, leyendo buenos autores, tratando de no leer malos libros nunca. Y así se hace un escritor.
--¿Cómo influye un buen libro?
--Cuando usted lee un libro bueno va a sentir que puede escribir como él. Y cuando lee un libro malísimo va a sentir que puede escribir como él, pero eso va a pasar enseguida. Pero si uno no sabe cuando un libro es malo, no puede escribir. Uno se va dando cuenta paso a paso: si un individuo está diciendo idioteces, descuente que el libro es malo. Si lo que está diciendo está bien y parece razonable, bueno, entonces está un poco mejor.
Le pregunté por sus cuentos fantásticos.
--Naturalmente que el “yo” de mis cuentos no soy yo; y las ideas fantásticas no son mi vida. No sé por qué se me ocurren siempre cuentos fantásticos, aunque no crea que me gusta más la literatura fantástica que la otra...
--¿Y una vez que los escribió?
--Bueno, yo no estoy interesado en ellos porque han salido de mi esquema. Pero me gustaría sentirlos más ajenos aún, porque al corregir las pruebas, por ejemplo, veo todas mis manías, todas mis costumbres, y yo creo que estoy escribiendo una cosa nueva y veo que la había escrito ahí...  Eso de genio y figura hasta la sepultura, es la pura verdad.

domingo, 1 de octubre de 2017




Una caminata por París

  
Rubén Loza Aguerrebere en las escaleras de la iglesia de 
Saint-Étienne-du-Mont, esperando el auto del film “Medianoche en París”

Este artículo se ha publicado en la revista española
LasdosCastillas.net y quien desee visitarlo allí
 podrá hacerlo haciendo clic aquí.

             Baudelaire pensaba que el “flâneur”, además de buscar el placer de lo nuevo, captaba el momento que pasa, característico de la vida moderna.

            Acabo de llegar de París una vez más. Subir una mañana la cuesta de la rue Cardinale Lemoine hacia la Place de Contrescarpe, es un paseo placentero. Allí está la primera casa que habitó Hemingway en París, en el 74 de esa estrecha calle.

            Antes de llegar aquí, en el 71 de Cardinal Lemoine, encontramos el departamento que en 1921 habitó James Joyce. Se lo había prestado Valery Larbaud y Joyce terminó de escribir el “Ulises”, iniciado en 1913. 
            Y mis pies inquietos no se detienen hasta llegar a “Shakespeare and Company”, templo literario ubicado en el 37 de la rue de la Bûcherie, que regentea mi amigo David Delanet, rebosante de los textos antiguos más diversos en sus mesas rodeadas de incontables fotografías y sus ofertas ocupando la vereda.
            Luego de este paseo uno puede descansar un rato leyendo al sol los cafés de la orilla izquierda, en St. Germain y Montparnasse, a los que Sartre y Simone de Beauvoir concurrían habitualmente.
            Tras estas caminatas, que hago habitualmente, agrego a veces, y por cierto muy divertido, las que realizaba el protagonista de la película de Woody Allen “Medianoche en París”, un escritor llamado Gil e interpretado por el actor Owen Wilson. Y como él, he visitado el restaurante Mon. Paul, frente a place Deauville, y me he sentado a la espera de aquel auto casi mágico que lo llevaba hacia el pasado, a los días que en esa ciudad vivían Hemingway y Scott Fitzgerald y Gertrude Stein y demás miembros de la “generación perdida”.
            Pero, sentado en las escaleras de la iglesia de Saint-Étienne-du-Mont, donde ese escritor de aquella película aguardaba el coche que venía subiendo a su derecha por la rue de Sainte Genevieve, he esperado en vano pues nunca ha pasado por mí. Y, entusiasmado por la ciudad, sigo mi camino por otras calles que viven en mi corazón desde siempre, y a las que he intentado recrear en algunos de mi libros como “Morir en Sicilia” (Ediciones Bassarai) y en mis novelas “Muerte en el Café Gijón” (Ediciones de la Plaza en Montevideo y Funambulista en Madrid) y la reciente “El secreto de Amparo” (Ediciones de la Plaza).
            Y sigo recorriendo este mundo, soñando con los ojos abiertos y con una mochila por corazón, como decía Camilo José Cela.

lunes, 28 de agosto de 2017

En Venecia con la “musa” de Hemingway
        


En la revista literaria http://lasdoscastillas.net/ de Barcelona he publicado esta semana este artículo sobre un cuento de mi libro “La tarde queda” (Ediciones de la Plaza, Montevideo). Quien desee visitarlo allí podrá hacerlo haciendo clic aquí

     Es una novela que me ha gustado mucho “Al otro lado del río y entre los árboles”, ambientada en Venecia, penúltimo libro publicado por Ernest Hemingway en vida. García Marquez lo consideraba la mejor novela de Hemingway. La más llena de vida.
            En el centro de esta novela está la baronesa Adriana Ivancich, quien tenía 19 años cuando el escritor (casado cuatro veces) la conoció en Venecia  y, poco después, la convirtió en la heroína de su libro.
            Pues bien, los aquí mencionados, tienen una relación más o menos cercana, más o menos distante, con un relato mío, llamado “Un amor otoñal”, que figura en mi libro “La tarde queda”, que fue prologado por Carlos Alberto Montaner.
             Veamos. El escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendozame dijo que la citada novela de Hemingway  tenía un personaje entrañable, que era el de la jovencita aristocrática llamada Renata, vivo  retrato de la baronesa Adriana Ivancich.
            Prosigo. Utilizando las técnicas literarias del cuento, integré la entrevista que le realicé en Venecia a la baronesa Adriana Iavancich, a  mi  cuento “Un amor otoñal”, en mi libro de relatos “La tarde queda” (Ediciones de la Plaza, Montevideo, 2012).
             En este relato introduje, además, como uno de los protagonistas esenciales, al académico francés Jean d’Ormesson (autor de libros tan celebrados como “Por capricho de Dios” y  “El judío errante”), un visitante muy habitual de Venecia, quien guía al narrador de mi cuento hasta Adriana Ivancich.
            Una vez editado, le envié mi libro a Jean d’Ormesson, admirado maestro,  quien, generoso como siempre, me respondió enviándome una  carta donde dice estas palabras:
             “Figúrese: yo estaba en Venecia por diez días. A mi regreso a París me encuentro con “Un amor otoñal”. ¡Gracias! Yo estoy encantado de reencontrarme con Hemingway allí. Yo le conocí bien y mucho. Así, gracias a usted, tengo un buen compañero. Por ello, como siempre, mi gratitud y  mi amistad: Jean d’Ormesson”.
                La joven baronesa hemingwaiana nos sedujo a todos. 

martes, 22 de agosto de 2017

Un diálogo con Antonio Skármeta


Este diálogo acaba de publicarse esta semana en la revista Lasdoscastillas.net en Barcelona, y quien quiera visitarlo allí podrá hacerlo haciendo clic aquí.
            Antonio Skármeta, dueño de una vasta y notable obra literaria, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Chile, premios de UNESCO, el Medici y el Planeta. Nacido en Antofagasta, en 1940, egresado del Instituto Nacional, fue profesor en Europa y Estados Unidos.                                           
             Su famosa novela “El cartero de Neruda”, traducida a los más diversos idiomas, dio lugar a una laureada película italiana, “Il postino”. Y tiene, esta obra, una versión teatral además. Tuve el placer de verla en Nueva York.
Para señalar apenas otros dos libros suyos, sobresalientes, baste citar la novela “Un padre de película” y su reciente colección de relatos “Libertad de movimiento”.                                                                                                                           
           Cordial y sumamente generoso, he tenido el placer de dialogar en diversas oportunidades con mi admirado escritor amigo. Siguen, hoy, tres preguntas.
-¿Cómo nace, crece y germina una obra en tu imaginación? Cuéntanos algo de tu método de trabajo.
-Cuando escribo sigo más o menos el mismo procedimiento. Cuando era joven tenía otro tipo de trabajo. Ahora, normalmente, cuando escribo, hago una primera versión a la que llamo “magma”. Ella es una escritura informe, emocional, llena de imágenes, donde voy buscando lo que quiero escribir. Tengo ciertas emociones, ciertos recuerdos, ciertos anhelos sobre los que discurro pero sin afinarlos, porque no quiero que nada intelectual intervenga en la primera etapa. Es una etapa de expresión emocional muy libre. Y allí, en ese magma, en esa materia, van surgiendo luego los núcleos de interés: una situación, un diálogo, un personaje, una frase. Y de pronto, cuando termino de escribirlo, entre esas muchísimas páginas, sé que tengo una novela. Y luego comienzo una escritura literaria, tratando de que todo aquello que fue confusión y búsqueda, tenga tersura y llegue al lector de una manera transparente; y procuro que tenga ritmo, que tenga gracia, y que emocione y entretenga. Ese es mi método.
-¿Escribes en la computadora?
-Escribo todo en la computadora. Muchos recomiendan que hay que tener una versión a mano, para después vendérsela a una biblioteca en Estados Unidos. (Sonríe) Donoso hacía eso…

-¿La literatura nos ayuda a vivir mejor?
-Muchísimo. Porque los lectores son siempre personas más sensibles, más amplias de criterio, más democráticas en su relación con los otros; y son más inspirados, tienen un verbo más cautivador y difícilmente aceptan la rutina de la vida. Por ello, están buscando aventuras de tipo espiritual o aventuras terrenas, y la literatura es tanto un modo de conocimiento de la realidad como una manera de crearse una vida. No aceptar la vida, sino inventársela.

domingo, 30 de julio de 2017





Vargas Llosa sobre Borges  y Onetti



            En su libro “El viaje a la ficción” (Alfaguara), Mario Vargas Llosa escribe sobre un profundo y revelador análisis sobre la espléndida obra de Juan Carlos Onetti. Sobre el destacado escritor uruguayo, había dando un curso en una universidad de Estados Unidos.
            También habla, entre variados temas, de la rivalidad entre Onetti  y Borges.
            Para tratar este tema, Mario Vargas Llosa me hace el honor de citarme en sus páginas, donde reproduce una parte de una de mis entrevistas a Borges, publicada en “”El País” de Montevideo el 10 de mayo de 1981, y de ella que transcribe las palabras de Borges relacionadas con su posición, respecto a Onetti, cuando fue jurado del Premio Cervantes en Madrid.
 Escribe Mario Vargas Llosa en su mencionado libro:
“En 1981 Borges fue jurado del premio Cervantes,  en España, y en la votación final entre Octavio Paz y Juan Carlos Onetti, votó por el mexicano. Entrevistado por Rubén Loza Aguerrebere, explicó así su decisión: "Bueno, el hecho de que no me interesaba. Una novela o un cuento se escriben para el agrado, si no, no se escriben. Ahora, a mí me parece que la defensa que hizo, de él, Gerardo Diego, era un poco absurda. Dijo que Onetti era un hombre que había hecho experimentos con la lengua castellana. Y yo no creo que los haya hecho. Lo que pasa es que Gerardo Diego cree que Góngora agota el ideal en literatura, y entonces supone que toda obra literaria tiene que tener su valor y tiene que ser importante léxicamente, lo cual es absurdo. Ahora, si Gerardo Diego cree que lo importante es escribir con un lenguaje admirable, eso tampoco se da en Onetti.".
            Y agrega:
      “Mi pálpito es que Borges nunca leyó a Onetti y probablemente la sola idea que guardaba de él tenía que ver con aquel frustrado en una cervería porteña y las provocaciones anti/jamesianas del escritor uruguayo”.

sábado, 22 de julio de 2017

Ernesto Sábato, maestro literario



             Lo leí en la adolescencia, sin imaginar que le conocería y tendríamos una amistosa relación. Era mi maestro literario. A los 99 años, en abril de 2011, murió en Buenos Aires el maestro Ernesto Sábato, quien había nacido en la ciudad de Rojas el 24 de junio de 1911.
         Aquel misterioso personaje femenino de su novela “Sobre héroes y tumbas” , que me atraía con lazos invisibles. Después me apasionaron sus ensayos de “El escritor y sus fantasmas”, sus iluminaciones en “Apologías y rechazos”, donde nos lleva al mundo de su amigo Pedro Henríquez Ureña (asistí invitado a la repatriación de sus restos a la República Dominica).
 Llegó, luego, “Abbadon el exterminador”, novela galardonada en Francia. Del 16 de febrero de 1977, tengo una carta suya donde me dice: “Querido Rubén, ahora salgo en pocas horas para París, a recibir ese inesperado (por lo gigantesco) premio, y luego a varios países que me invitaron como consecuencia. A la vuelta espero que nos veamos. Un abrazo de su amigo…”
Su vasta obra, entre tantos galardones, en 1984 recibió el Premio Cervantes.  Es la obra de un moralista, porque vivir, al fin y al cabo, es poseerse a sí mismo. Escribí sobre este premio que le concedieron un artículo que luego se incluyó en un libro de ensayos, el cual le envié. Poco después,  recibí estas líneas del maestro Sábato:  “Matilde me leyó el artículo sobre el premio Cervantes, que me conmovió (nos conmovió) profundamente; una nueva muestra de su calidad espiritual y de su inalterable sentimiento de amistad, para mí uno de los atributos que más admiro en los seres, tan propensos como somos a la deslealtad, a la cobardía, a la mezquindad”.
Pasaron los años. Murió su esposa Matilde, murió su hijo Jorge, perdió la visión, se dedicó a la pintura, pero no dejó de escribir. Escribió, entre otros, el libro “España en los diarios de mi vejes”.  
Contemplando el mundo, Sábato nos ayudó a entendernos, a comprender nuestra libertad, nuestra risa, nuestra pena.
Creo que bien podemos definirlo con estas palabras del poeta chino Han Yu, quien en el siglo VIII, dijo bellamente: “Todo resuena apenas se rompe el equilibrio de las cosas, el agua está callada: el aire la mueve y resuena. Son mudos los metales y las piedras, pero si algo las golpea, resuenan. Y así, cuando el equilibrio se rompe, el cielo escoge entre los hombre a aquellos que son más sensibles, y los hace resonar”.