domingo, 1 de octubre de 2017




Una caminata por París

  
Rubén Loza Aguerrebere en las escaleras de la iglesia de 
Saint-Étienne-du-Mont, esperando el auto del film “Medianoche en París”

Este artículo se ha publicado en la revista española
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             Baudelaire pensaba que el “flâneur”, además de buscar el placer de lo nuevo, captaba el momento que pasa, característico de la vida moderna.

            Acabo de llegar de París una vez más. Subir una mañana la cuesta de la rue Cardinale Lemoine hacia la Place de Contrescarpe, es un paseo placentero. Allí está la primera casa que habitó Hemingway en París, en el 74 de esa estrecha calle.

            Antes de llegar aquí, en el 71 de Cardinal Lemoine, encontramos el departamento que en 1921 habitó James Joyce. Se lo había prestado Valery Larbaud y Joyce terminó de escribir el “Ulises”, iniciado en 1913. 
            Y mis pies inquietos no se detienen hasta llegar a “Shakespeare and Company”, templo literario ubicado en el 37 de la rue de la Bûcherie, que regentea mi amigo David Delanet, rebosante de los textos antiguos más diversos en sus mesas rodeadas de incontables fotografías y sus ofertas ocupando la vereda.
            Luego de este paseo uno puede descansar un rato leyendo al sol los cafés de la orilla izquierda, en St. Germain y Montparnasse, a los que Sartre y Simone de Beauvoir concurrían habitualmente.
            Tras estas caminatas, que hago habitualmente, agrego a veces, y por cierto muy divertido, las que realizaba el protagonista de la película de Woody Allen “Medianoche en París”, un escritor llamado Gil e interpretado por el actor Owen Wilson. Y como él, he visitado el restaurante Mon. Paul, frente a place Deauville, y me he sentado a la espera de aquel auto casi mágico que lo llevaba hacia el pasado, a los días que en esa ciudad vivían Hemingway y Scott Fitzgerald y Gertrude Stein y demás miembros de la “generación perdida”.
            Pero, sentado en las escaleras de la iglesia de Saint-Étienne-du-Mont, donde ese escritor de aquella película aguardaba el coche que venía subiendo a su derecha por la rue de Sainte Genevieve, he esperado en vano pues nunca ha pasado por mí. Y, entusiasmado por la ciudad, sigo mi camino por otras calles que viven en mi corazón desde siempre, y a las que he intentado recrear en algunos de mi libros como “Morir en Sicilia” (Ediciones Bassarai) y en mis novelas “Muerte en el Café Gijón” (Ediciones de la Plaza en Montevideo y Funambulista en Madrid) y la reciente “El secreto de Amparo” (Ediciones de la Plaza).
            Y sigo recorriendo este mundo, soñando con los ojos abiertos y con una mochila por corazón, como decía Camilo José Cela.