domingo, 3 de diciembre de 2017

Don Isidro Parodi, detective


Borges y Bioy Casares

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           ¿Isidro Parodi? Quizá sea el investigador más singular de la literatura. Es una creación a cuatro manos de dos jóvenes escritores argentinos: Borges y Bioy Casares. Por cierto, lejos estaban entonces de soñar con el Premio Cervantes (que entonces no existía), que ambos recibieron muchos años después.
            Escribieron en 1941, apelando al seudónimo de H. Bustos Domecq, “Seis problemas para don Isidro Parodi”, un clásico de las letras en nuestra lengua, con  numerosas ediciones y traducciones.  Luego protagonizó otro libro.
Don Isidro Parodi estaba preso. Era el penado de la celda 273.  Recluido por un crimen que no había cometido, había sido sentenciado a veintiún años, por un juez.
Cuarentón y obeso, tenía la cabeza rapada. Era peluquero de profesión, y un lector entusiasta de las andanzas del indio “Patoruzú”. Por las mañanas se afeitaba silbando el tango “Naipe Marcado”, y luego un guardiacivil lo acompañaba hasta su celda.
En ella, don Isidro Parodi recibía a sus visitantes. El subcomisario,  buen amigo suyo, lo miraba mientras los clientes le planteaban casos muy curiosos y complejos. Isidro Parodi los escuchaba mirando las volutas de humo de los habanos que los clientes le obsequiaban. Luego los descifraba.
Así, este “pequisante estático”, descendiente de los sabuesos de la estirpe de Augusto Dupin (que debe su fama a la captura de aquel simio que hizo estragos en la calle Morgue), transitaba, como buen viajero inmóvil, por los meandros de las mentes ajenas, mientras daba vueltas en su pequeña celda.
Iba  y venía por los ajenos senderos que se bifurcan,  sin salir de allí, y, al final, una lucecita terminaba iluminando el conjunto. Y así hallaba luego al culpable del caso policial que tenía entre sus manos.
Este singular detective, ajeno al paso del tiempo, sigue siendo visitado por los lectores